REFLEXION
PUEDEN ACUSARME DE HABER FRACASADO; PERO NUNCA DE NO HABERLO INTENTADO
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viernes, 22 de octubre de 2010
Parias urbanos
Claudia Rafael (APE)
La vida es, muchas veces, una sucesión incansable de imágenes inasibles. Recuerdos, fotografías de la propia historia y pinceladas de un pasado que fue poblando nuestros días. Nunca voy a olvidar aquellas tardes en que con la barra de amigos adolescentes nos íbamos en Campana, mi ciudad natal, al borde de la Panamericana y jugábamos a tirarnos como en un tobogán por la parte de abajo de un puente hasta chocar con el cuerpo contra los guard rail. Pensado ahora, varias décadas más tarde, uno mismo se asusta de aquello que podría haber sido y nunca fue. Ni para mí ni para ninguno de mis amigos. Era una especie de juego seductor con la muerte, propio de la adolescencia, ese territorio indestructible en donde siempre el dolor y la tragedia son de los otros, nunca los nuestros. Y también, de alguna manera, apostar torpemente a una estúpida valentía.
Pero los tiempos del país eran otros. Y, en medio de la más profunda oscuridad, podía aún existir una noción de futuro que hoy los pibes parecen no encontrar. Por más indicadores macro que hablen de una república en reconstrucción.
Las estadísticas provinciales sobre las muertes entre los 15 y los 19 años por causas externas son una señal clara y tajante de un sistema a contravida. De una sociedad que se va jugando las semillas de su mañana en un bingo fatal que sólo promete derrotas inexorables. La pérdida de la ilusión parece ser el estandarte en el que se ven reflejados miles y miles de cachorros que juegan el juego peligroso del presente eterno. Sin una utopía entre sus dedos magros para acariciar y regar a diario hasta que florezca en un estallido imparable de colores.
Seguir esas tasas en determinados territorios regionales abre aún más preguntas que nadie parece estar dispuesto a responder.
Estudios del Observatorio Social Legislativo de la Cámara de Diputados de la Provincia, centrados en 2008 y hechos públicos en estos días, revelan que el 59.6 por ciento de las muertes adolescentes en el territorio bonaerense se debió a causas externas. Es decir, a suicidios, homicidios o accidentes de tránsito. Y ahí los suicidios alcanzan el 15.5 por ciento; los homicidios, el 18 por ciento y los accidentes viales, el 18.4 por ciento.
Pero en la Séptima Sección Electoral, que abarca Olavarría, Tapalqué, Roque Pérez, General Alvear, Bolívar, Saladillo, Veinticinco de Mayo y Azul ese porcentaje trepa al 72.2 por ciento. Y de ese total, los suicidios llegan al 30.8 por ciento; los homicidios, al 15.4 por ciento y los accidentes de tránsito el 23. Del resto, no se sabe con exactitud.
Los pibes se nos están escurriendo entre los dedos para hundirse en una nada definitiva y no hay grito que detenga esa fuga feroz. Una huida a la que los adultos, la sociedad, el sistema como enjambre dispuesto al ataque y los programas específicos suelen dejar como tema tabú. De hecho, muchas veces los suicidios siguen siendo cargados en las estadísticas como “accidentes”. Y, por lo tanto, no existe proyecto alguno para hacerles frente.
La violencia sistémica es una compañera cada vez más indisimulada de estos días. La exclusión socioeconómica que atravesó al país y que aguijoneó a los jóvenes en una crónica anunciada de no futuro fortaleció las murallas que los separan de la dignidad y les propinó una estocada mortal. Muerte por agresión. Muerte por autodestrucción. Muerte por manejar un auto locamente embebidos con un elixir que narcotiza los sentidos. ¿Qué importa, después de todo? ¿Cuál es la diferencia si la meta es exactamente la misma? Esfumarse de este mundo antes de que este mundo decida hacerlo definitivamente. Desaparecer por propia decisión antes de que el sistema termine de empujar a todo abismo.
Como una suerte de parias urbanos -en conceptos de Loïc Wacquant- muchos son los pibes que terminan brutalmente sus días sin siquiera tener una definición positiva que los englobe y los seduzca, ya desencantados de la vida. Se hermanan -dice Wacquant- con “los sin techo”, “los extranjeros ilegales”, “los sin trabajo”. A contramarcha de aquellas históricas categorías de la pura utopía en que había una clase obrera y, aún más, desde la que era posible delirar con que detrás de todos los muros a derribar existía el paraíso.
Tomado de Argenpress.info
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