REFLEXION

PUEDEN ACUSARME DE HABER FRACASADO; PERO NUNCA DE NO HABERLO INTENTADO

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sábado, 22 de mayo de 2010

HITLER EN ARGENTINA


Hitler en Argentina.



¿Escaparon realmente Adolf Hitler y su esposa Eva Braun de Europa? ¿Se trató de un gran fraude el supuesto suicidio de ambos en el búnker de Berlín? ¿La humanidad vivió engañada más de medio siglo? ¿La fuga de los dos se realizó con acuerdo de los Aliados? ¿Ambos llegaron a Argentina, en submarino, donde vivieron por años?

Oculta por sesenta años en pleno siglo XXI, en caso de confirmarse oficialmente, la huida de Hitler sería uno de los temas más polémicos de la historia contemporánea por las implicaciones de todo tipo que significa ese escape silencioso ante las narices de la sociedad mundial. Demostrar que esta operación de salvataje de última hora -realizada para que el líder del nacionalsocialismo no muriera en manos del ejército comunista- realmente existió implica un esfuerzo conjunto de investigadores independientes, de distintos países.

Especialmente porque se deben enfrentar las presiones que surgen por contradecir la versión oficial, sostenida por poderosos intereses económicos y políticos internacionales. Los mismos -exclusivos círculos del poder mundial- que en 1945 estaban al tanto del falso suicido del líder del nazismo y su esposa.

El fenómeno espectacular de la globalización de la información ha producido grandes cambios en los últimos tiempos. La situación no era como hoy durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se admitía sin cuestionamientos que los Aliados, liderados por Estados Unidos, eran los abanderados de la libertad, la defensa de los derechos humanos, la moral y de todos los valores positivos de la humanidad.

Por el contrario Adolf Hitler representaba al demonio y encarnaba las ideas diabólicas que, a cualquier costo, había que aniquilar. Esta clasificación, en blanco y negro sin grises posibles, fue la que se transmitió y aceptó la humanidad. Bajo esos conceptos se desarrolló el conflicto bélico más grande de la historia que generó millones de muertos y cuantiosos daños.

Pero los acontecimientos recientes, de fines del siglo XX y comienzos del XXI -difundidos masivamente mediante una colosal red global de información- nos permiten vislumbrar que esa “verdad” sobre la Segunda Guerra Mundial podría haber sido distinta. O sea que “el mal” no era una característica exclusiva de Hitler y los nazis, sino que se extendía y ramificaba a los Aliados.

Esto hoy es una realidad palpable de la política internacional, la que se puede conocer por las informaciones que nos llegan todos los días de los sucesos que se registran en cualquier lugar del globo. Así por ejemplo sobre el conflicto de Irak se conoció la versión de los norteamericanos pero también otras distintas que trasmitieron las cadenas de información no alineadas a los intereses de Estados Unidos.

Cuando por ejemplo en el 2004 la humanidad pudo ver por televisión los bombardeos que sufrió la población civil de Irak -generalmente sucesos terribles calificados como "daños colaterales"- o las torturas a las que fueron sometidos los prisioneros de guerra iraquíes, por parte del ejército de los Estados Unidos, mucha gente se dio cuenta que John Wayne murió, que no siempre los malos están del otro lado y que el gobierno de USA (United States of America), así como las grandes empresas multinacionales, crean guerras, matan -con armas o generando situaciones de pobreza extrema- y desequilibran a otras naciones, instauran líderes despóticos y sanguinarios, y los sostienen impunemente.

Esto antes también era así, pero la diferencia es que hoy la humanidad puede tener acceso a más datos, provenientes de distintas fuentes, ampliando la cantidad de información necesaria como para poder elaborar una opinión propia.

Años atrás la realidad era muy diferente, especialmente durante la guerra cuando, como se sabe, la verdad se deshace en pedazos. La falta de múltiples canales de información, a diferencia del presente, ayudó a que no se conocieran ciertos hechos que el revisionismo comienza a sacar a la luz más de medio siglo después.

Hay que pensar que Adolf Hitler llegó al poder admirando la política racista de los Estados Unidos e instando a los alemanes a imitar en ese sentido a los norteamericanos. En la década del ‘20, cuando difundía la ideología nazi, Hitler decía: “Al prohibir terminantemente la entrada en su territorio de inmigrantes afectados de enfermedades infecto-contagiosas y excluir de la naturalización, sin reparo alguno, a los elementos de determinadas razas, los Estados Unidos reconocen en parte el principio que fundamenta la concepción racial del Estado Nacionalsocialista”.

Hitler se mantuvo en el poder, antes y durante la guerra, recibiendo el apoyo permanente de los sectores de la ultraderecha de la nación del norte y de Inglaterra. Esta situación es clave para comprender los hechos que se narran en esta obra: el vínculo entre nazis y anglo-norteamericanos fue mayor del que se piensa.

Al respecto todos los días surgen elementos y pruebas nuevas que comprometen en ese sentido a quienes fueran reconocidos políticos, empresarios y militares de la nación más poderosa del planeta.

El mundo de hoy nos ayuda a comprender una versión no oficial de la historia, sobre la cual este libro representa solamente un pequeño aporte, un grano de arena para conocer la verdad. Si Hitler escapó en 1945 -sobre su suerte se construyó un gran fraude cuya piedra angular era el supuesto suicidio- es impensable que esto ocurriera sin apoyo de Estados Unidos y de poderosos sectores ideológicos afines al Führer, independientemente del país donde se encontraran los partidarios del nazismo.

Esta afirmación -que suele golpear y que en principio genera asombro pero raramente indiferencia- tiene una explicación posible en el contexto internacional que se registraba a fines de la Segunda Guerra.

Fueron los rusos, o sea las fuerzas comunistas, las que avanzaron sobre Berlín en dirección al bunker donde un Hitler de 56 años resistía los acontecimientos que a esa altura, como él mismo sabía, eran irreversibles.

Fueron los soviéticos quienes doblegaron las fuerzas de defensa de la ciudad y finalmente ingresaron al hasta entonces inexpugnable refugio de Berlín para apresar a Hitler.

A esa altura de los sucesos -los nazis ya sabían que perderían la guerra desde hacía un par de años y por ello habían preparado un plan de evacuación- el Führer, el gran enemigo que en un momento había parecido invencible, estaba derrotado. Pero aun así era útil en la lucha contra el comunismo en Europa. Esto lo sabían los Aliados y la muerte de Hitler hubiera representado una gran pérdida -si no la mayor que podría ocurrir respecto a los líderes anticomunistas- para una futura contienda contra los soviéticos. En consecuencia Estados Unidos, y especialmente los intereses de la derecha anglo-norteamericana, tenían en claro que había que salvar a Hitler.

Se podía sacrificar, tal como se hizo, una pequeña parte de la “primera línea” nazi, que fue condenada por los tribunales de Nüremberg, pero no al “número uno”. Gozaban también de protección absoluta su legítima esposa, Eva Braun, así como algunos jerarcas que jamás fueron capturados.

Por eso Hitler es evacuado -el plan original fue concebido por los nazis, así como su instrumentación, pero se pudo ejecutar recién a partir del momento que Berlín recibió la luz verde de Washington- hacia un lugar alejado y seguro en el mundo, como lo era la Patagonia.

Cuando los efectivos soviéticos entraron al refugio de Hitler, el líder ruso Joseph Stalin inmediatamente pidió un informe sobre la suerte corrida por el presidente de Alemania. La noticia que le dieron sus generales fue terminante: el hombre más buscado había escapado. En esos mismos términos Stalin comunicó la novedad a Estados Unidos. La ampliación de la impactante información inicial es inquietante ya que los soviéticos afirmaron además que Hitler había huido en submarino, con destino presunto a España o Argentina.

Todo lo antedicho se encuentra documentado -fue publicado inclusive por los diarios de la época- y quien quiera cuestionar la huída de Hitler debería empezar por conocer esta parte de la historia oficial tapada luego con desinformación también oficial.

Era claro en aquel momento -con las fuerzas militares de Stalin sobre Alemania y gran parte de Europa- que se estaba en los albores de una nueva situación mundial, que implicaba una creciente tensión entre los países aliados y el gobierno de Moscú. En definitiva, se enfrentaba el capitalismo contra el comunismo ateo. Los nazis rechazaban la ideología de Carlos Marx y, a diferencia de la ideología de izquierda, permitían la existencia del capital y la iniciativa privada. La economía alemana tenía un fuerte control estatal pero consentía a las empresas particulares y a la propiedad privada. Por lo tanto la posición del Tercer Reich era más cercana a Washington que a Moscú.

El “salvataje” de Hitler significaba un triunfo ante el amenazante “peligro rojo”, dispuesto a avanzar sobre otros países del globo. Era una garantía, una precaución. Una forma de asegurarse la supervivencia de un líder que, a no dudarlo, quizás podía ser útil en el día de mañana. Ese momento futuro se vislumbraba como una tercera guerra mundial -había que hacer retroceder a los rusos de Europa hacia el Este por todos los medios posibles- que podría comenzar a los pocos meses de haber culminado la Segunda. Esto ya estaba en los planes de las potencias aliadas.

¿Quién podría comandar ese combate en Europa contra los soviéticos? ¿Quién con un solo discurso pondría en pie al ejército alemán? ¿Quién haría levantar a las masas en contra de Moscú?

Evidentemente el dirigente más capaz para esa “cruzada” era Hitler. Y el ejército ideológicamente mejor preparado, para ese combate contra el comunismo, era el nazi. Cuando Berlín se rinde, el 8 de mayo de 1945, los estrategas estaban viendo el día después, el reparto del mundo, el próximo conflicto en puerta y todo lo que ello significaba.

Esta explicación, acerca de la “obligación” de salvar a Hitler, quizás no hubiera sido comprendida hace algunos años atrás, cuando todavía en el mundo occidental se pensaba que había un bando bueno y otro malo. El primero liderado por Estados Unidos, y conformado por países así como sectores empresarios y políticos afines, con intereses comunes, y con “buenas intenciones”. Enfrente el nazismo. De haber sido realmente así Hitler no hubiera tenido escapatoria…

Hoy en cambio, se desnuda la verdad de que los buenos no son tan buenos. Se comprende que la causa de los grandes males del mundo son los fuertes intereses económicos que hacen y deshacen países, generan guerras, y matan a millones de personas inocentes.

Quizás entonces ahora, con esta visión del planeta distinta, asequible a todos por los modernos circuitos de comunicación, la historia del escape de Hitler se vuelve creíble y comprensible. O al menos tema de debate y no una mera verdad impuesta por los intereses de turno. Quizás quienes critican esta nueva visión de la historia puedan hacerlo desde una perspectiva que enriquezca la temática, porque una cosa es segura, sólo de la confrontación de ideas surge la verdad, y cada día más todo parece indicar que ésta fue muy distinta a la que nos contaron.

Fuente: Hitler en Argentina - Abel Basti

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