REFLEXION

PUEDEN ACUSARME DE HABER FRACASADO; PERO NUNCA DE NO HABERLO INTENTADO

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jueves, 20 de mayo de 2010

MANUEL LIBEROFF


MANUEL LIBEROFF
DESPARECIDO DESDE EL 19 DE MAYO DE 1976


Lo conocí en ocasión de que cumpliendo su tarea como médico de barrio atendió a mi vieja. No recuerdo todos los detalles pero si que los médicos que la habían atendido hasta allí la habían desahuciado. Gracias a la comunicación que existía entre vecinos en aquella época donde el boca a boca era una especie de Internet barrial, le anoticiaron al viejo que en el barrio, a pocas cuadras de donde vivíamos entonces atendía un médico que , aparte de sus conocimientos era de una calidad humana excepcional. Dadas las circunstancias lo llamamos sin pérdida de tiempo. Nos hizo un par de visitas estudiando el caso poniendo un empeño y cuidado como si fuera su paciente exclusivo. Siempre sonriente, derrochando bonhomía, su sola presencia traía alivio y esperanza. No se tomó descanso hasta que halló el remedio que otros colegas no habían visto. Días después, ya nos visitaba sin que lo llamáramos, la vieja en franca recuperación, dio por terminada su tarea como médico. Eran momentos duros económicamente hablando. Pobres consuetudinarios, los gastos extras provocados por la enfermedad, más los días de trabajo perdidos por el viejo para hacerse cargo de la situación, nos ubicaba como dirían hoy bajo la línea de la indigencia. Muy por debajo. De todas formas el viejo hizo la pregunta de rigor, casi como un ritual. ¿Qué le debo Doctor?. Y ahí se mostró en toda su dimensión humana. Habitante de un barrio proletario, proletario él mismo no solo por origen sino por filosofía, calibró la situación sin que nadie se lo dijera, Se levantó, besó a la vieja, recogió su valijín, le dió un apretón de manos al viejo, y le dijo simplemente: nada. Y se fue por el pasillo que lo llevaba al zaguán que ya conocía como si fuera su casa acompañado por el viejo. Lo ví salir y su sonrisa bonachona me quedó grabada para siempre.
Años después nos cruzamos otra vez. El baby futbol comenzaba a ser furor. En la Curva de Maroñas se había organizado una liga donde participaba el cuadro que regenteaba el viejo y el cayó un par de veces a las reuniones como delegado de otro cuadro del barrio, luchador incansable de cuanta causa popular se le cruzaba. Su hijo, Benjamín terminó jugando en el cuadro de mi viejo.
Anduvo el tiempo y nos enteramos que había desaparecido. Todavía no lo sabíamos, pero había ya comenzado la lucha que nos desgarraría como sociedad y como país.
Ideológicamente en las antípodas en ese momento no alcanzábamos a entender lo que pasaba. Menos aún la negra noche que vendría y nos golpearía a todos los uruguayos.
Vivimos con angustia su desaparición pero sin acertar a hacer nada. Y se nos vino la noche nomás.
Lo volví a ver después de haber sido expulsado de Uruguay, aquí en Buenos Aires donde los mismos malos vientos me habían traído. Se celebraba un mitin en la Federación de box convocado por uruguayos que pensaban entablar algún tipo de resistencia a la dictadura. Como quedaba cerca de casa, con mucho sigilo, aquí el horno también se preparaba para no estar para bollos, fui a ver de que se trataba. Estaba en la puerta Zelmar con todos sus gurises. Y un poco más allá, sólo, estaba el ahora compañero Manuel Liberoff. Nos abrazamos, me reconoció cuando le dije quien era, y estuvimos hasta el final juntos, comentando cosas ahora comunes a ambos. Terminó el acto, y se convocó a un segundo acto para darle forma a la organización, (creo que la habían bautizado como Movimiento 33 orientales , o algo asi). Quedamos en volver a vernos allí. Llegúe temprano a la convocatoria, por suerte, y ví el operativo policial llenando omnibuses con los compañeros. Pegué la vuelta y me fui.
Nunca más lo ví. Vino su desaparición final. Esa que todavía nos duele. Esa que me dejó como eterno deudor. Salvó la vida de mi vieja. ¿Cuánto vale la vida de una madre?
He tratado de pagarle aunque sea un poco, continuando su lucha por un mundo mejor.
Veo su foto cada tanto en mi computadora, con esa sonrisa de hombre bueno, la misma que tenía cuando nos reencontramos después de haber atravesado la dura experiencia de la cárcel. Contra esas cosas nada pueden los genocidas. Pueden maltratar cuerpos pero jamás llegarán a mutilar almas.
COMPAÑERO MANUEL LIBEROFF. ¡PRESENTE!
HASTA LA VICTORIA ¡¡¡SIEMPRE!!!

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