REFLEXION

PUEDEN ACUSARME DE HABER FRACASADO; PERO NUNCA DE NO HABERLO INTENTADO

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El hecho es real. Sucedió hace más de 40 años. Y me toco participar en vivo y en directo. Trataré de no dar datos identificatorios. Nunca fui buchón y no voy  a empezar ahora que estoy por una pa´salir.
En ese momento estaba detrás del mostrador de la sucursal asaltada y a pesar del cagazo recuerdo algunos datos que, tiempo después nos hacían morir de risa.
Eran los años en que una organización, conocida solo por los elementos de inteligencia de la policía y totalmente desconocida para nosotros los de a pie, había decidido, para poder llevar adelante su actividad hacer “retiros” bancarios sin mucho protocolo y obviando todas las instancias burocráticas como por ejemplo tener abierta una cuenta para poder hacer retiros como dios manda.
La agencia de marras estaba situada en la periferia de Montevideo. Se podría decir semi-rural. Sus principales clientes eran viñateros y bodegueros. Acotación al margen: los útimos viernes de cada mes hacíamos una comilona, (ah, lejanos tiempos en que se podía), donde el gerente demostraba que como gerente era un gran cocinero. Y por supuesto, se invitaba a algunos de esos clientes bodegueros que por supuesto traían la noble bebida. Que no era la que comercializaban por supuesto, de tal forma que, una vez al mes por lo menos chupábamos del bueno.
 La agencia era una casa común y corriente acondicionada para funcionar como banco. A su izquierda vivía un cobrador de UTE. A los fondos de la casa del cobrador un carpintero dedicado a hacer barriles para vino. A la derecha una ferretería y barraca que vendía insumos para la construcción. Descripto el entorno vamos al hecho en sí.
El día anterior habían venido dos integrantes de la organización a vichar el ambiente. Hacer inteligencia dicen ahora. Con el cuento de querían poner una fábrica de baldosas en la zona nos pidieron la lista de casas para alquilar. Los atendió el cajero. Un niño bien de la alta sociedad que era tan inútil que decidieron “tirarlo” en esa agencia a pesar de ser sobrino del vicepresidente del banco. Hojearon la lista, (y no solo la lista), y el más petiso que apenas sobresalía la cabeza por encima del mostrador se despidió muy amablemente diciendo: mañana vuelvo con mi socio. Y cumplió con la palabra dada. Sólo que vino con otros tres socios.
 Yo era el operador de la máquina de contabilidad,(las computadoras electro mecánicas de aquella época y, detrás de la caja y por la ventana veía todo el panorama exterior. Detrás de mí una puertita que daba a un galponcito donde se almacenaban archivos y era el lugar donde hacíamos las comilonas. En ese momento estaba afuera el milico que hacía la custodia con revolver y sable conversando con un botija del barrio. El milico en sus horas libres se ocupaba de arriar ganado y a veces caía de a caballo y con ropa de trabajo a charlar con nosotros. En ese momento miro por la ventana y veo a uno de los “socios” fierro en mano desarmar al milico y traerlo como chicharra de un ala, a él y al botija adentro de la agencia. La puertita a mis espaldas estaba apenas entreabierta y hasta el día de hoy se como pasé como una bala para el fondo a través de la pequeña rendija. Días después, ya más tranquilo intenté repetir la hazaña pero fue todo al cuete. Gordo como estaba necesitaba toda la puerta abierta para pasar y más  a velocidad de cagazo como en ese día. El asunto es que una de las medidas de seguridad era una escalera que se dejaba siempre apoyada en la pared que hubiera permitido pasar a la ferretería y dar las alarmas correspondientes.
 El portero jamás limpiaba, que era su función. Menos el galponcito del fondo. Supongo que ya estarán calculando lo que sigue. Las leyes de Murphy son insoslayables. Ese día al desgraciado le atacó por la limpieza y se olvidó de poner la escalera estratégica en su lugar. Así que quede atrapado y sin salida.
En eso siento la voz de otro de los socios, aparentemente el que estaba al mando, dar una orden: ¡ANDA Y LIMPIALO AL PETISO ESE! El petiso por supuesto era yo. Y la voz de un compañero de la agencia respondiendo: ¡NO LE HAGAN NADA QUE TIENE UN BEBE RECIEN NACIDO! Calculando, con esa frialdad que no sabemos de donde nos brota en momentos límites, y previendo que entrando de sopetón me ligara un cuete gratuito, les grité casi como una orden ¡VENGAN A BUSCARME QUE ESTOY DESARMADO! Vino el otro petiso. A quien por ser tan petiso yo no me había percatado cuando inicié el raje que ya había pasado al otro lado del mostrador y estaba prácticamente a mis espaldas. Traspiraba copiosamente, y no muy amablemente me puso el 38 special, caño de una pulgada en la nuca, y suavemente me dijo ¡ENTRA HIJODEPUTA! No olvidaré mientras viva esa cara. Y me llevó como gurí p´al colegio para adentro de la agencia. Nos metieron en la gerencia y el que vigilaba la puerta nos mantenía encañonado con una hermosa Lugger 7,65. La escena era de película. El botija se puso a llorar a los gritos del susto. El que lo trajo junto con el milico dejó el fierro, se sentó al lado y lo tranquilizó hablándole suave y no sé de donde consiguió un vaso de agua. El botija se calmó, El gerente se había quedado petrificado y no respondía al requerimiento de los muchachos para que aparecieran las llaves de la caja. En eso estábamos cuando llego el empleado de una de las empresas de la zona que todos los días depositaba la recaudación. Era un morocho grandote con alguna temporada encanutado y siempre listo para la piña. Traía la bolsita con la guita todos los días camuflada de distinta forma por seguridad. Ese día venía con una carretilla de leña y entre los rolos la guita. “Estacionó” la carretilla, sacó la bolsa y encaró para la puerta. El “portero” ocasional le abre la puerta y le arrima la Lugger a la cabeza y le dice : ENTRÁ QUE ES UN ASALTO!. Y el morocho, sin darle mucha pelota a la pistola que tenía casi en las narices, cerró el puño y haciendo caso omiso de la Lugger le iba a poner la jeta para el otro lado al “portero”. Nosotros, que veíamos la escena de un modo panorámico le gritamos ¡QUEDATE QUIETO NEGRO QUE TENES UNO ATRÁS! El negro miró de reojo y vió el caño de la 45 que tenía atrás y recién ahí tomó conciencia de la situación. Aflojó el puño, se puso blanco y largó la bolsa con la guita. Después se acodó al mostrador como quien se toma una con limón y se quedó quietito todo lo que duró el asalto. Al ratito llegó un bodeguero, (hermano del que tenía la fábrica de barriles al fondo de la casa). Era un tipo que apenas pasaba por la puerta de enorme que era. Abrió la puerta, lo recibió el “portero”, que también le comunicó que estaban en un asalto, y el semejante urso con medio cuerpo adentro le dijo tranquilamente: No hay problema, Yo vine a depositar cheques no más así que vengo dentro de un rato. Y se mandó a mudar. Tuvo que salir el “portero” a la vereda y otra vez usando el método Lugger lo hizo entrar. La cosa se estaba demorando mucho con el consiguiente riesgo de fracaso cuando otro compañero le metió las manos en el bolsillo al gerente, que seguía petrificado y sacó las llaves de la caja fuerte que fue prolijamente desvalijada. En eso estaban cuando el hermano del bodeguero se asoma a la vereda y al ver todo ese panorama, hermano incluido, se mete al taller y da parte a la cana. Una vez hecho el “retiro”, los socios de la fábrica de baldosas salieron como alma que lleva el diablo. Para ellos, hecho el trabajo, la cosa terminó ahí no más. 
Andando el tiempo, me fuí enterando de cosas que le dieron relevancias insospechadas a este relato casi caricaturesco de un simple asalto a un banco. Pero eso quedará para una próxima entrega. 
Si dios, la virgen y el toro negro  me dejan como decía mi abuelita, aunque nunca nos quiso decir que corno tenía que ver el toro negro.

CHE CACHO