REFLEXION

PUEDEN ACUSARME DE HABER FRACASADO; PERO NUNCA DE NO HABERLO INTENTADO

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martes, 4 de enero de 2011

¿POR QUE? MEMORIAS DE UN PERDEDOR



CAPITULO 27




EL DELEGADO (4)




Y llegó al fin el ansiado día, para los peronistas en primer lugar , para la lumpen burguesía principalmente. Volvía Perón a restablecer el orden burgués que corría el peligro de al menos ser sacudido por la lucha de una buena parte del pueblo.

Todo estaba preparado para un recibimiento apoteótico del, para algunos, líder “nacional y popular” que venía a retomar un régimen de justicia social inédito en la historia del país y que fuera interrumpido violentamente en 1955. 18 años no habían sido suficientes, para una lumpen burguesía ineficiente y corta de ideas, para desmantelar totalmente el andamiaje social que había montado Perón ni para montar en su lugar cualquier otro que, al menos en apariencia, lo mejorara. Por eso, y aunque sonara a derrota, (era en realidad una derrota táctica y no estratégica), fueron a buscar al único que podía hacerlo por las buenas o por las malas. O por las peores también. Que fue lo que sucedió al final, cuando agotados todos los caminos tradicionales y ya sin la figura de Perón, con la orden del imperio y su aval, resolvieron la cuestión tal como algunos sectores recalcitrantes hubieran querido hacerlo en el 55.

En la oficina los muchachos de la JTP organizaron la ida haca el lugar desde donde Perón se iba a reencontrar teóricamente con “su” pueblo. Pueblo que , en general, optó por verlo en televisión. De modo que el recibimiento “popular” se trasformó en un simple acto partidario. Mi compañero delegado hizo una finta digna de Cassius Clay y le sacó el cuerpo a participar en el acto. A mí, que era conciente de por que y para que volvía Perón personalmente me importaba un carajo ir al acto. Además mis compañeros sabían que no era, ni sería jamás, peronista. Pero fuera como fuera, me habían hecho su representante y yo lo había aceptado en todos los términos. Y como por aquello de que los dirigentes irán a la cabeza de las masas o estas marcharán con la cabeza de los dirigentes, tal cual decía Perón, decidí ir al frente de mis “masas”, que por otra parte cabían en un ómnibus. En mi “homenaje”, y supongo como una especie de reconocimiento a mi actitud, la consigna más coreada era “tupamaros-montoneros – somos todos compañeros.

Salimos muy temprano en la mañana, casi de madrugada. Era tal la multitud cuando llegamos en las primeras horas del día que el ómnibus nos dejó a varios kilómetros, ( hasta el día de hoy se donde nos dejó), del lugar donde se había montado el palco. El entusiasmo era tal y tan contagioso que nadie pensó en la distancia y empezamos a caminar. Llegaban grupos de todos lados y la columna iba creciendo a niveles que nunca había visto antes. Algunos grupos llevaban gente, generalmente emponchada, con bultos que no tenían el aspecto precisamente de bolsos con sándwiches u otras vituallas para pasar el día. Previendo una larga jornada yo llevaba unos refuerzos de milanesas, agua y muchas mandarinas. Fruta ideal porque aparte de calmar la sed llena la panza y te quita la sensación de hambre. Se hizo el mediodía y al paso que íbamos no habíamos recorrido ni la mitad del camino. Los cincuenta locos que éramos íbamos a la cabeza y cada grupo que se unía a la columna nos hacía parar y desgañitarnos gritando consignas de salutación. Cuando me podrí del ritual y me picó el hambre, les dije a mis compañeros que me iba a adelantar para poder sentarme en algún lado a comer y así los esperaría para ir hasta el palco. Como a la hora apareció la columna que ya era una verdadera marea humana. En mi vida vi, hasta ahora ya con unos cuantos kilómetros de marchas sobre el lomo, tal cantidad de gente. Y eran apenas una parte de los que se estaban reuniendo en los alrededores del palco. He escuchado estimaciones que fueron desde un millón a tres millones de personas. Pensándolo en uruguayo, no te cabe en el mate. Es como ver por lo menos a medio país todo junto en un terreno. Pero ahí estaban sin dudas aunque los ojos no lo entendieran. A mis compañeros ya los había absorbido la marea. Venía al frente ahora una enorme pancarta de la JP de La plata. Más bultos debajo de los ponchos y de las camperas de invierno. Mala fariña, pensé para mis adentros. Los cánticos habían subido de tono y eran agresivos para algunos laderos de Perón. Me cruzó como un rayo un presentimiento fulero. Ya había visto algunas muestras de cómo definían los peronistas sus “diferencias ideológicas” y se me hicieron un nudo las mandarinas. Reunirme con mis compañeros era totalmente imposible y decidí acompañar por un costado, a prudente distancia a la columna, ya que no sabía ni donde estaba y por lo menos al palco iba a llegar. Después, se vería.

Cuando llegamos al palco al fin, los de la columna, empezaron un “contrapunto” con los que estaban instalados en el palco. “Contrapunto” que se convirtió en monólogo con cosas como “se va acabar, se va acabar, la burocracia sindical” ; o “Rucci, traidor, saludos a Vandor”. O: “Y ya lo ve, y ya lo ve, es la gloriosa JP”. Curiosamente, desde el palco no contestaban, aunque los miraban con atención. Después me di cuenta por que: los estaban midiendo. Hasta que decidieron ubicarse. Yo me despegué de la columna y elegí para ver lo que pasaba una loma como a trescientos metros de distancia. La columna rodeó al palco por la izquierda y quiso copar las primeras filas. Ese fue el momento que, quienes habían ocupado el palco eligieron para contestar los cánticos. Pero la música era más jodida. Puro silbidos con “cantores” de todos los calibres. Y ahí si que se armó el jodido contrapunto. Empezaron a hablar los bultos que venían debajo de los ponchos y disimulados en las camperas de invierno. Daba comienzo de esa forma, podíamos decir que pública y oficialmente lo que después se bautizó como LA MASACRE DE EZEIZA.



Después supimos que ya desde la noche anterior había habido algunos intercambios poco amistosos pero no de la magnitud que tomó esa tarde. Estuve viendo algunos videos mientras preparaba este relato y me parecía mentira haber estado ahí ese día. Pero estuve. Ver desbandarse uno o dos millones de personas es algo que sólo habiendo estado ahí se puede uno dar cuenta. Ni siquiera viendo las filmaciones se puede tener una idea acabada de la situación. Tuve que poner en práctica todo lo que me había aprendido en mis tiempos de Cabo de Infantería. Correr agachado como una cucaracha sin levantar la cabeza, por los costados de las lomas sin asomarse, hacer cuerpo a tierra cuando la balacera era más cerrada, en fin, tratar de no ofrecer blanco y alejarme lo más posible del terreno donde se combatía. Con ese método logré llegar a una lomada como a un kilómetro del palco donde había otro grupo que como yo nada tenía que ver con el diferendo interno que se estaba dirimiendo. Serían como las 4 de la tarde y el jolgorio estaba en su apogeo. Tiros, gritos, sirenas de ambulancias que iban y venían por el campo de batalla en que se había convertido el palco y sus adyacencias. El anuncio de que Perón había decidido no venir en medio de este fenomenal quilombo y que había aterrizado en la base aérea del Palomar hizo que amainara un poco la refriega aunque el peligro de ligar alguna bala perdida no desaparecía. En un momento vimos pasar un tipo corriendo como alma que lleva el diablo. Pasó entre el grupo que se había refugiado en ese lugar como si no hubiera nadie loma abajo. Enseguida vimos por qué esa velocidad digna de una olimpiada. Detrás venían corriéndolo como diez tipos. Uno con una gruesa cadena. Lo alcanzaron justo al bajar la loma. Si sobrevivió, seguro que hasta la cuarta generación va a salir con las marcas de la cadena. En eso arreció el tiroteo en el lugar donde estábamos y por enésima vez nos mandamos un cuerpo a tierra. Se formó un círculo y alguien dijo: ¡de acá no entre ni sale nadie!. Yo había quedado adentro. Cuando me dió, aplastado contra la tierra, por mirar la pancarta ésta decía en letras bien grandes E.R.P. 22 DE AGOSTO. Se me frunció el culo la verdad. El ERP era para los burócratas peronistas algo peor que el diablo. Troscos, comunistas, apátridas que querían hacer flamear en el país en vez de la azul y blanca el sucio trapo rojo, y boludeces de es tenor. Dignos de una sola cosa: el exterminio. Ideológicamente estábamos cerca, pero orgánicamente no tenía nada que ver. Suerte que ese día la cosa era entre peronistas lo que de alguna manera nos dejaba afuera del lío. Ya se daría tiempo el fascismo peronista para ocuparse de ellos convenientemente.

Se hizo la noche y el combate decreció. Algún cuete que otro y nada más. Ahora se me presentaba el problema de volver a casa. Si de día no sabía en que planeta estaba, de noche parecía que andaba en otra galaxia. Intenté desandar el camino con la misérrima esperanza de encontrar al ómnibus que nos había traído o cualquier otro que fuera a la Capital. Había más posibilidades de que me llevara un OVNI, pero había que intentar algo de todas maneras. Por ahí escuché que cruzando la ruta pasaba un tren que terminaba en Constitución. Era cuestión entonces de patear hasta encontrar la vía y luego buscar alguna estación. Aunque sea en eso me sonrió el destino ese día. Di, (dimos), con la vía y a pocos metros de la ruta con la estación. Por orden del gobierno se habían mantenido los servicios de trasporte y encima gratis. No hubo que esperar mucho por suerte y poco después estaba en casa a tiempo para ver el discurso de Perón por cadena nacional. No auguraba nada bueno para los que podíamos leer entre líneas y analizar las cosas desde cierta filosofía política.

Nunca se supo, y supongo no se sabrá, la cantidad de muertos y heridos que dejó como saldo esa batalla. Perón, en su primer acto en el retorno, había roto una de sus “leyes”. “Para un peronista no hay nada mejor que otro peronista”. No sería la última. Se avecinaban para el país entero, peronistas y no peronistas horas aciagas. Su regreso era el primer tajo de las heridas que ya no cerrarán. Pero eso merece un análisis aparte.

Después de Ezeiza iba a venir un pase de facturas tendientes a liquidar cualquier conato de lucha de la clase obrera, peronistas o no, que se opusiera al plan maestro de Perón de meter en cintura al movimiento obrero a efectos de que la lumpen burguesía se reacomodara y cumpliera con más tranquilidad su misión de acumulación de capital.

Nuestra función de delegados pasaría a ser de representantes de los obreros ante los patrones a ser representantes de los patrones ante los obreros vía sindicato. Pero eso merece un capítulo aparte.







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