REFLEXION
PUEDEN ACUSARME DE HABER FRACASADO; PERO NUNCA DE NO HABERLO INTENTADO
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sábado, 23 de octubre de 2010
"La Vista Gorda", una escalofriante historia sobre el paco
LAS COSAS POR SU NOMBRE
En la guía “T”, la calle Echeandía muere en las inmediaciones de Pilar, altura 6000. En sus páginas, Echeandía colisiona contra una colosal línea negra contigua a un extendido verde que alcanza, hacia el oeste a la Avenida Piedrabuena, y hacia el norte a la ex Av. Del Trabajo y, actualmente, rebautizada Eva Perón. Sin embargo, el mapa, astuto aunque irreal, oculta a una ciudad dentro de otra, esconde manzanas que son manzanas al cuadrado, en donde las calles no son más que recovecos, donde la violencia y la injusticia muestran su peor aspecto, donde la “igualdad de oportunidades” de los mágicos discursos se destruye en mil pedazos contra la realidad, y en donde el vocablo “trabajo” es algo así como ganarse la lotería y no el pretérito nombre de una avenida fantasma.
Hace un año regresé a Ciudad Oculta. Mis visitas son esporádicas, la tristeza de las madres parece eterna. La situación es preocupante y el diputado bonaerense del ARI, Sebastian Cinquerriu, la describe como la institucionalización de la muerte rápida y violenta de una generación. “El concepto de muerte a los 40 años está, trágicamente, aceptado. Y esa llegada a la finitud de la vida es violenta y trágica, por el alcohol, la droga o por los fierros. Así uno se explica por qué ellos buscan tener las zapatillas más caras, pues no poseen el concepto de ahorro ni de familia, porque no pueden tener la posibilidad de pensarse a 10 años. ¡No pueden pensarse ni al día de mañana!” Diana Maffia, legisladora de la Coalición Cívica, acota que “la falta de un proyecto vital conduce a los chicos a las adicciones”. Mientras que Cinquerriu no cree en las teorías conspirativas, Maffia analiza la grave situación del aumento de consumo de paco como un genocidio por omisión del Estado.
Algunos han llegado más lejos en sus apreciaciones y escarbaron las tenebrosas alianzas entre punteros políticos, comisarios corruptos y vendedores de drogas. El dirigente Luis D´Elia denuncia con pruebas concretas los tejes de un tramado corporativo que alcanza a altos funcionarios y hasta a un ex presidente de la Nación. Sin embargo, el gobierno nacional del que D´Elia es un confeso seguidor entusiasta y consultor a las sombras, no parece interesado en indagar sobre esas denuncias. Pero aún, ante semejantes sospechas y algunas certezas, otros defienden a ultranza al sistema político y a los uniformados de la Policía bonaerense. Es el que caso del profesor Eduardo Barreiro, experto en tráfico ilícito de drogas, quien afirma que “no se puede hablar de genocidio si acá consume el que quiere”.
Pity Álvarez, cantante de Intoxicados, confeso consumidor de pasta base, autodeclarado adicto (en “Fuego” canta, junto con Andrés Calamaro: “estamos enfermos, perdónennos, perdónennos”), describe la zona en su canción “Una Vela”: “No voy a dejar de pedalear hasta que salga por atrás a la calle Pilar, y voy a doblar en el chandía porque yo se que ahí hay un solo policía”. Vilma Acuña conoce a Pity quien la visita de vez en cuando; sin embargo entiende mejor que nadie lo que el cantante describe en sus canciones urgentes. Vilma es una referente de la Villa 15, a la que se conoce, desde los años de la dictadura, como “Ciudad Oculta”. La Oculta se divide en dos: la villa en sí, con sus barros acumulados y aledaños a las humildes casas, algunas construidas con cemento, otras de chapa; y el barrio, en donde pasan las calles de un cemento desgastado y en donde el olor a podrido de las cloacas y la basura acumulada, no es tan nauseabundo como en la villa.
Por su lucha al frente de un comedor comunitario en donde me recibe amable y calurosa, y por rescatar a pibes y adictos del paco, Vilma, adquirió cariño y reconocimiento entre otras madres. Ganó relevancia mediática por el asesinato de su hijo menor hace unos años, hasta la entrevistó recientemente el New York Times. “Mi hijo tuvo un stress post-traumático, lo internaron en el hospital Alvear, en un neuropsiquiátrico, allí estuvo 4 meses y tenía que hacer terapia ambulatoria pero comenzó a decaer. Empezó consumiendo marihuana, luego pastillas que mezclaba, no se si llegó a consumir cocaína, y luego empezó con el paco. El paco aceleró su enfermedad y fue lo que más lo deterioró”. El hijo mayor no podía superar el asesinato de su hermano de 16 años por una itaka y cayó en una severa depresión aguda. Ahora, ya es padre y tiene 25: “Tenía muchos proyectos de vida, quería ser psicólogo o escritor. Pero de repente se dio vuelta todo, sufrió un retroceso enorme, se ponía la ropa de su hermano menor. Nadie prepara a alguien, como me pasó a mí, para cuidar a un hijo con un problema así. Tenía un hijo muerto y otro que consumía paco. De internación en internación, mi hijo pasó por el Borda, por distintas clínicas psiquiátricas y nunca daban con el diagnóstico. ¿Qué sucede? Es que en los psiquiátricos no atacan a la personalidad adictiva sino a la enfermedad psiquiátrica y el ya estaba consumiendo; por eso se lo consideraba un paciente dual y no hay muchos lugares para pacientes así. Estaba en un término medio según la comunidad terapéutica. Golpeaba las puertas y pedía ayuda. Hoy, luego de 6 años, hace dos meses que está sin medicaciones internado en una comunidad terapéutica. Está en una prueba piloto que se hizo en común acuerdo con el SEDRONAR. Está avanzando bien por primera vez, ya tenemos un diálogo y muchas esperanzas.”
¿Cómo, cuándo y dónde nació el Paco?
La abreviatura de ese nombre masculino (Francisco), bien latinoamericano, es Paco y se fuma, no sólo entre marginales de las villas como muestra la televisión sensacionalista desde el 2003 a la fecha, sino en parques, plazas, en forma privada y en casas de clase media de barrios capitalinos como San Telmo, Once, Balvanera, Montserrat y hasta la mismísima Recoleta. La droga más mediática de los últimos años mata entre los pobres y hace furor entre los jóvenes de una clase media que discrimina los gustos populares pero reinserta sus prácticas sociales de una forma light, más naif. El influyente diario New York Times recientemente publicó una nota titulada “El paco, un flagelo que preocupa cada vez más a los argentinos” y explicó el aumento de su consumo por “fronteras fáciles de atravesar, las crisis económicas y el paso atrás que ha dado el presidente boliviano, Evo Morales, en cuanto a las restricciones sobre el cultivo de coca”. Los medios, en especial la televisión argentina que solo presta atención en las fotografías macabras de los chicos temblando ante los estragos de esta droga y los emparenta con la delincuencia, no suelen prestar atención a la pata política de la cuestión. En tiempos en que el Congreso vuelve a convertirse en sospechoso por sus posibles vínculos con la venta de cocaína y en que el dirigente social Luis D´Elia, denuncia la venta de paco en el conurbano por parte de punteros políticos del Partido Justicialista (PJ), justamente, a una semana en que el ex presidente Néstor Kirchner decide sumar en las listas de un PJ “modernizado” a Roberto Lavagna, ex duhaldistas, ex menemistas y una troupe de “buenos muchachos” de las siempre polémicas intendencias bonaerenses. La policía federal prefiere negar el problema quizá “porque es parte del mismo” como denuncia el diputado provincial de la Coalición Cívica, Sebastián Cinquerriu y el secretario de Estado de la SEDRONAR, José Ramón Granero, deambula por los canales de cable, expresando una única solución y que incluye una negación: “Si la droga no ingresa desde Bolivia cae el consumo”.
El profesor Eduardo Barreiro explica y analiza el surgimiento del paco en nuestro país: “Originariamente, en los años 2000-2001, en que la Argentina se subió a una profunda depresión, el paco emergía con el cartonero que inundó la ciudad de Buenos Aires que nada tiene que ver con el cartonero que venía de trabajar, son dos cosas que emergieron en la misma época. El cartonero, fruto de la crisis económica, social y política, y el paco en el narcotráfico, por otro lado. En el año 2000, por decreto 1161 dela SEDRONAR, le puso un candado a los precursores químicos que iban a Chile, Perú y Bolivia, sobre todo este último país que es el máximo productor cercano al nuestro de cocaína.” El diputado Sebastián Cinquerriu es terminante: “Hay paco donde hay “cocina” de la cocaína y hay “cocinas” donde el poder político deje que se instalen”.
Aun hoy, a casi una década del surgimiento del fenómeno, se confunden los términos entre pasta base, paco y clorhidrato de cocaína. Y como prueba contrastemos algunas declaraciones de los entrevistados. Cinquerriu dice que: “La policía nunca lo ha querido reconocer porque es parte interesada. He hablado con las autoridades de la provincia de Buenos Aires y nos han dicho hace unos años: “No existe el Paco” mientras que me mostraban unos informes de la policía científica donde explicaban que no había instalación de cocinas en el conurbano bonaerense y que “no había paco pues este solo se puede producir donde se cultiva la hoja de coca”. ¡Una ignorancia absoluta!¡Hasta los científicos de la policía de la provincia firman una aberración técnica! Nunca hay un reconocimiento de que existe paco y los estudios de laboratorio que han hecho dicen que esta droga no es escoria de la cocaína sino que es cocaína en baja dosis.” Barreiro dice que el paco es cocaína en baja dosis, de mala calidad: “En realidad es la pasta base que se obtiene de la pasta que se consigue de la hoja de coca y que se macera con cal, agua y se la extrae luego con querosén, se vuelcan los distintos ácidos que conformarán el sulfato de cocaína. Así se forma una pasta base de cocaína que, ahora, se llama paco. De allí viene la confusión de si es residuo o no es residuo o que es.”
Devaluación. Antes, durante y después
2001 es el año del cambio de paradigma. La Argentina asistía a una crisis terminal de su economía. El sueño de la Alianza y del progresismo en el poder entraba en coma, quizá ya había muerto desde el mismo momento en que había nacido. En las calles se respiraba bronca y odio hacia un sistema político que, como símbolo, huía en helicóptero hacia ninguna parte. En el conurbano bonaerense, como relata Miguel Bonasso en su obra “El palacio y la calle”, los punteros del aparato duhaldista y de sus intendentes afines, buscaban y compraban voluntades por unos pocos pesos, con el fin de saquear supermercados conformando un panorama de película de cine catástrofe. Según algunos habitantes de Ciudad Oculta, que, hartos y temerosos de las amenazas, prefieren no decir sus nombres, en esa época importantes políticos “regalaban la pasta base entre los pibes para armar fuerzas de choque”, afirma una testigo de la época que pide mantener el anonimato. A los diez días, Eduardo Duhalde, un peronista tradicional que había peleado y perdido la presidencia 2 años y unos meses atrás contra el radical Fernando De la Rúa y había afianzado su poder desde la vasta y poderosa provincia de Buenos Aires con su red social llamada “Las Manzaneras” y comandada por su mujer Chiche y que también había sido objeto de comentarios maliciosos de sus competidores por ser una especie de sinónimo de la mafia argentina y cappo di tutti del narcotráfico, se sentaba en el sillón de Rivadavia mientras que en las calles aledañas los muchachos de la patota sindical y sus jefes, los “gordos” molían a palos a manifestantes de izquierda. El proyecto duhaldista de ser más que “un piloto de tormentas” no pudo ser; los asesinatos de Santillán y Kostecki fueron demasiado para una clase media en estado de alerta permanente. Sin embargo, en los intersticios de la sociedad, en los túneles olvidados de una red social extinta se gestaba una masacre silenciosa. El narcotráfico y sus líderes, que no dan conferencias de prensa ni aparecen en los medios, comenzaban a mudar las grandes “cocinas productivas” de la cocaína hacia centros urbanos argentinos en donde la mano de obra minimizaba sus costos luego de la devaluación y en donde el número de posibles y reales consumidores eran infinitamente más provechosos que en los perdidos pueblos de Bolivia, además del valor agregado de contar con un aeropuerto internacional a escasos kilómetros de distancia para vender toneladas de droga hacia Europa y Estados Unidos. “¿Bajo o alto?”, preguntaba en esa época un dealer cuando alguien venía a comprar “merca”. Alguien entendió mal o pronunció erróneamente el bajo y creó una de las palabras más pronunciadas de los últimos años: PACO.Mientras tanto, en estas últimas décadas, desde la muerte de Juan Domingo Perón hasta el final del mandato de Eduardo Duhalde la pobreza creció 7 veces. Pero el paco no es solo consecuencia de la miseria, de hecho, en los últimos 5 años la pobreza ha descendido considerablemente, sino que también se relaciona con el cambio del mercado global de drogas producido luego de la devaluación monetaria argentina.
Al hablar de problemáticas sociales, violencia y aislamiento familiar, drogas o vías de escape —como se prefiera, los preconceptos no aportan nada, la verdad del Paco (pasta base, francisco, la droga de los pobres, o cualquiera de sus múltiples manifestaciones lingüísticas) no es única ni intachable. Mata, para unos; forma de subsistencia, para otros. La verdad no siempre es demostrable y a veces llega tarde, demasiado tarde. La catástrofe de la verdad humana, escribe Alan Pauls, creador de la novela “El Pasado”, no es el hecho de que no exista sino que suele aparecer a destiempo, cuando el enigma al que da una respuesta ya ha sido olvidado y nunca cae en las manos de los que la necesitan, la buscan o rezan por ella. Existen certezas. El consumo de paco aumentó considerablemente en los últimos años. Según un estudio realizado en el 2005 por el ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires, en la villa Itatí, en Quilmes, la mitad de sus pobladores jóvenes y varones consumen o probaron esta droga. El mismo informe indica que hay jóvenes que pueden llegar a fumar hasta 50 cigarrillos en un día lo cual derriba la teoría de que el paco sea una droga tan barata. Sí lo es, si se la compara con la cocaína. Pero si la dosis de un gramo de pasta base cuesta alrededor de 3 a 5 pesos —aumentó en el último año un 400%—, y sus influencia en el sistema nervioso duran tan solo 3 minutos aproximadamente, un adicto puede invertir en paco entre unos 100 a 250 pesos diarios. La droga se ha masificado y ha alcanzado a la clase media, aunque de una forma más invisible, pero, como se verá más adelante, también se masificó su venta la cual se terceriza entre los propios habitantes de las villas miserias.
La pasta base de la cocaína, conocida en la Argentina como Paco, es un residuo de la producción de los laboratorios que elaboran esa droga, el producto de escarbar la olla donde se cocina la “merca”, la basura de la basura, por eso se la conoce como un desecho o lo peor de la cocaína. La subsecretaría de Atención a las adicciones del Gobierno bonaerense estudió a 2.917 personas en una villa del sur del conurbano y descubrió que la principal droga ilegal consumida entre sus habitantes era el paco (47,2%) superando ampliamente a la marihuana (35,9%) y a la cocaína (15,8%). Lo llamativo del informe es que, las personas que dicen consumir paco lo hacen a diario, mientras que las que consumen otras drogas no las prueban con tanta frecuencia. “Esto habla de características más adictivas de la pasta base”, afirma el doctor Hugo Míguez, integrante del Conicet.
Según la Asociación Civil Intercambios, que trata las distintas problemáticas relacionadas con el consumo de estupefacientes, la pasta base se consume asiduamente en sectores medios y medios-altos de la población de la provincia de Buenos Aires y de la Capital Federal. Sus efectos son severos en los más desprotegidos, no por la droga en sí, sino por las restricciones que este sector tiene con respecto a un sistema de salud digno y una alimentación adecuada. Este no es un fenómeno meramente criollo, Latinoamérica toda asiste al surgimiento de esta nueva substancia. En la Asociación Intercambios no creen en la teoría de que a un despiadado se le ocurrió matar lentamente a los jóvenes pobres de Sudamérica, sino que, lo que sucedió es que cambió la macroeconomía de la cocaína y aumentó su producción en la Argentina. Mientras que el clorhidrato —cocaína— se envía a los que pueden pagarla (sobre todo, las mejores y grandes dosis se exportan al exterior), el desecho se vende aquí en una nueva configuración del consumo. Las Madres del Paco, grupo de mujeres de la villa Ciudad Oculta, piensan que existe un plan para matar a sus hijos diseñado por narcotraficantes, vendedores inescrupulosos, que muchas veces son los propios vecinos humildes del barrio, y la complicidad de una policía corrupta y un sistema político podrido, o en el mejor de los casos, inútil. El propio ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, declaró al diario Clarín a mediados del 2006 que “el conurbano está perforado por la droga, y el estado es cómplice, hipócrita o estúpido si se sabe que en la esquina hay un dealer y no interviene. Los chicos deben tomar conciencia de este flagelo, porque el que consume no tendrá las mismas oportunidades, ni siquiera físicas, que el que jamás consumió”. Vilma lo sufrió y lo sigue sufriendo en carne propia. Hace 5 años que va y viene con su hijo por distintas clínicas de rehabilitación. Es que, como sucedía hacia finales de la década del ´70 con los enfermos de HIV, el sistema de salud nacional no está preparado ni sabe como tratar a un adicto al paco, mejunje tan destructivo que provoca la pérdida considerable de peso a una persona hasta matarlo en menos de 6 meses.
Según el Gobierno de la Ciudad, al menos 70 mil personas fuman paco todos los días en la Argentina. Según Sedronar, (Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico), se consumen 400 mil dosis de paco por día. Uno de sus máximos funcionarios afirma que el estado combate y lucha a diario contra el narcotráfico y busca demostrarlo citando el espectacular y reciente allanamiento que incautó más de 1100 toneladas de cocaína de máxima pureza. Sin embargo, un profesor universitario, egresado de la universidad nacional de Farmacia y Bioquímica, está convencido de que la desinformación sobre la producción y el posterior consumo de drogas, alcanza a los propios funcionarios supuestamente especializados en el tema y cita como ejemplo que el profesor universitario de Sedronar, no distingue entre las consecuencias de drogas “terapeúticas” como la marihuana y las destructivas como el paco. El primer funcionario se defiende: “Las drogas más livianas son puerta de entrada a otras más duras”. Ambos se ponen de acuerdo en los efectos de la pasta base: “Primero provoca una sensación de euforia que produce placer y apaga el dolor; pero esto dura apenas unos minutos y llega la disforia, que es mezcla en donde el consumidor se siente inseguro, deprimido y angustiado. Por eso debe recurrir nuevamente a otra dosis buscando mitigar aquella horrible sensación. Produce una adicción difícil de apagar”. El sistema de salud no da respuestas y, suponiendo que un joven quisiese desintoxicarse, la rehabilitación y sus trámites burocráticos serían y son tan lentos que probablemente muera en el intento. Si los consumidores de marihuana disfrutan de la droga charlando entre amigos y como una forma de socializar, el paco es la única droga que no permite esa posibilidad. En los fumaderos como en las esquinas o como en cualquier sitio en donde se observa a una persona fumando pasta base, la ausencia de diálogo es total: “parecen muertos vivos y es así”, confirma Romina Caballero, esposa de un consumidor de paco.
No hay conciencia. En las villas como entre los jóvenes de clase media hundidos en el paco, el fumar no es una parte de la vida, es la vida y es la posterior muerte. Es un todo. Todo pierde sentido y nada tiene sentido. A diferencia del personaje Rímini, del escritor argentino Alan Pauls, quien consume cocaína sin tener límites aunque su único límite es su propia conciencia, el enfermo de paco está obnubilado por ese deseo —único deseo en la vida— y esa ansiedad de querer más y ya. El índice de desamparo —algo que no se puede cuantificar— pero sí el de suicidio, en las villas miseria, es altísimo, tan alto como la desocupación y la pobreza. “Es feo ver al vecino tuyo, con el que hace un rato hablabas de cualquier tema, vendiendo la droga que matará a tus hijos”, dice entre llantos una madre en Ciudad Oculta. “La droga nunca se va a terminar. Es así, lamentablemente es así”, afirma una compañera. La música, sobre todo el ámbito del rock “chabón”, describe las situaciones e incluso, algunas bandas, se ríen de la misma y festejan el consumo: “Aguante el Paco”, grita un cantante en Flores mientras cientos de pibes lo levantan en andas. Sin embargo, en un galpón enorme, acompañado de un ventilador débil y blanco, unas mesas extensas de madera, unas paredes deshilachadas pero con mucho amor dentro, el comedor de Vilma demuestra que al paco no se lo puede aguantar más. La cultura del “aguante” es autodestructiva y las historias que las madres del paco relatan, cada una con sus detalles y sus truculencias, pelean en un ranking imaginario de cuál sería la más roja en una placa de Crónica TV.
Chicos en Banda
“La representación de la droga, vía tratamiento mediático, se acopla a la de la inseguridad” explica la licenciada en ciencias de la educación, Silvia Duschatzky, y la semióloga Cristina Correa, en su obra “Chicos en Banda”. En la villa, la droga se asocia al robo, a la violencia y hasta con la muerte. En gran parte del círculo de la cultura del rock, y para los propios jóvenes, la droga se asocia a la fiesta, al descontrol al dejarse llevar: “Empieza el ritual, nadie dice nada pero yo lo siento igual, la desesperada gana de querer viajar con tan solo una pitada, a otra realidad que sea mejor”, canta el grupo de Caballito “Las Pastillas del Abuelo”. Lo cierto y palpable es que el consumo, en estos tiempos, también se asocia al agotamiento de la infancia. Los chicos dejan de serlo e intentan copiar modelos adolescentes de rebeldía. Romina vio a muchos amigos suicidarse en la abstinencia por el paco. “Un amigo se compró 50 dosis, fumó durante 3 días seguidos, me decía que no quería fumar más, que no daba más pero que no podía “bajar”, le dije que venga a mi casa y cuando me encontré con él lo hallé ahorcado. No tuvo salida. No supo que hacer. El paco no se mezcla con nada, ni con agua, ni con alcohol, te genera anorexia, mi marido come dos cucharaditas de comida y se llenó, tiene el estómago totalmente cerrado.” Romina Caballero tiene un bebé con su esposo que es consumidor de paco y que “tiene un corazón enorme, es un buen tipo pero, cuando le agarran los períodos del consumo, te falta la ropa, plata, cosas de la casa. Mi relación es buena pero él está atrapado. Él dice que una parte de él quiere dejarla pero su cuerpo no lo deja. A veces se queda toda la noche consumiendo y durante el día se queda durmiendo. No es barata la droga como dicen porque es adictiva y no te alcanzan unas pocas dosis. Nosotros tenemos la voluntad pero ellos la perdieron y ellos necesitan ayuda. Cuando vos pedís la protección de persona y decidís buscar a tu hijo o familiar la policía debería acudir rápidamente en tu ayuda y eso no sucede. Se ven operativos pero mejor prefiero no decirte, los cambios no son muchos”.
¿Qué es la protección de personas? Según Vilma Acuña “desde el progresismo hablan de no judicializar a los adictos pero ¿cómo hago yo como madre para internar a mi hijo que no tiene conciencia de su problema sino tengo la orden de la justicia? Por eso tenemos que recurrir a un juzgado y pedir la protección de persona para la internación. La voluntad de salvarse, la perdió cuando comenzó a consumir. Se está matando él mismo y no podemos quedarnos de brazos cruzados. Faltan profesionales y compromiso del estado, gente que sepa de temas como el de mi hijo de enfermos duales”. Vilma relata sus vivencias, el asesinato de su hijo de 16 años delante de sus gemelas, dos adolescentes que escuchan, abrazan a su madre y a las que admiro por su fuerza de estar allí presentes, escuchar, seguramente, una y otra vez, la historia trágica familiar.
Más allá de las estadísticas, el consumo es una práctica social que permite entender una forma de procesar la vida y sus condiciones concretas de existencia. El adicto de estas drogas duras, llámese paco o crack, pone al cuerpo en primer plano, escenificando sus sensaciones, en una única sensación —la “no sensación”— el sentirse ido, muerto. Es la celebración por la muerte y por la autodestrucción. El 30 de diciembre del 2005, en el barrio de Once, algo similar se vivió en el ambiente de República Cromañón cuando, a pesar de las advertencias de que algo terrible podía suceder, a muchos nada les importó. ¿Tan poco sentido tiene la vida para esta sociedad? Vilma, luego de sufrir el asesinato de uno de sus hijos por una familia con varios homicidios en sus espaldas, intenta a diario concientizar a otras madres de que “no era natural que nos matasen a los hijos y que había que denunciar. En el 2003, empieza la lucha contra el paco y nos juntamos con las primeras mamás en lucha. Buscamos de qué manera coordinamos con las instituciones que tratan las adicciones y sus problemáticas”.
Romina relata la situación en Ciudad Oculta: “A veces te dan simplemente la bolsita, los mismos transas. Son 32 manzanas y viven 30 mil personas (según datos oficiales las cifras oscilan entre 16 y 20 mil habitantes). Lo que se ve mucho por acá es que los que venden le dan a los pibitos, de 10, 9, 8 años que vendan para consumir, y los nenitos están con la riñonera en la esquina deambulando, fuman y venden. Es la forma ideal de lo que se conoce como “el descargue”. Y ahora es peor porque empezaron también a vender las pibitas, nenas de 8 años”.
¿Cómo empezó tu hijo con el paco?, le pregunto a Vilma: “Al comienzo el fumaba marihuana, hablábamos para que no lo haga pero como dicen todos, esa droga es una puerta para otras. Según los profesionales, él buscaba llenar sus vacíos y que era propio de su enfermedad, que sino era la droga era el alcohol. Nadie lo quería tratar”. Eran años duros, los medios todavía no hablaban del paco, quizá Gastón Pauls fue un precursor cuando, en el 2003 señaló a un vendedor de pasta base. “La familia que mató a mi hijo, (señala a la villa) fue acá. Ellos vendían cocaína y los primeros que empezaron a vender paco están detenidos (se trata de la banda de Isidro Ramón Ibarra Ramírez quien desde la cárcel dice ser inocente y jura venganza contra sus denunciantes y contra el programa “Ser Urbano” quien en el 2003 lo escracharon en una emisión dedicada al tema). El vendedor de origen paraguayo fue procesado a 8 años en prisión que los pasará en la cárcel de Devoto. Vilma no cree en la inocencia de Ramírez y cree que es muy difícil combatir a los dealers de las drogas más duras. “Con el paco, pasa otra cosa, la gente del barrio lo toma como un micro emprendimiento y la venden en sus comercios, verdulerías. Esta droga deteriora al ser humano mucho más rápido que cualquier otra. Su abstinencia produce una violencia nunca vista y rompe con todos los lazos familiares, los códigos de convivencia y la vida en la villa cambió muchísimo en los últimos 5 años. Ahora notamos que esto está exterminando a los chicos, los mata en lo físico, en lo neurológico. No se alcanzó a comprender la dimensión ni la conciencia de lo que esto está produciendo”.
Karina Arce trabaja en villa Zabaleta en Soldatti, ciudad de Buenos Aires, y afirma que no hay que esperar que tu hijo consuma para meterse y ayudar en el tema. María Rosa Escobar coincide y dice que “somos todas las madres una misma madre”. Se pregunta ¿quién es el culpable? ¿El que calla o el que habla? ¿El de arriba o el de abajo? Karina cree que es un problema político porque “si los vecinos saben dónde y quiénes venden la droga, ¿cómo no puede saberlo el comisario y el policía de la zona? Hay un poder político que avala esta situación y vive de este problema. Desde el Estado no hay una política seria de erradicar este tema”. Vilma comenta los rastrillajes que realizan por la villa buscando a los chicos perdidos en la droga. Karina aporta su experiencia: “Estos chicos roban en la zona, no van a robar a la Recoleta sino que le roban las zapatillas al vecino”. Liliana Barrionuevo está preocupada, llora desoladamente: “Mi hijo consume sin parar paco, casualmente anoche se fue de la esquina de casa a la una de madrugada, y lo perdí de vista. Lo encontramos a las 4 y cuando nos vio se escapó. No apareció más. Tiene 17 años y estoy haciendo los trámites para la internación. Así no se puede. Hace como un año y medio que está en el tema. Me di cuenta porque empezó a bajar de peso, a mentir y a robar. En dos oportunidades lo mandé a Santiago del Estero a la casa de unos parientes y volvió gordito y bien pero acá vuelve a caer. En la manzana de la villa venden en todos lados, todos sabemos dónde y quiénes. Hay otras madres que ya se cansaron de luchar por sus hijos. A mí me acusan de mandar al frente a los que venden y nos vienen a amenazar”.
A la madrugada llegan autos caros y distribuyen la droga. Son cosas que prefieren no mencionar, el miedo es enorme por la vida, no de ellas, pero de sus otros hijos menores.
Yeny Gómez es una ex adicta a la cocaína y rememora el punto de inicio de sus vivencias y de cuándo la situación se fue de las manos: “En el 2001 se desbordó todo y empezó a aparecer algo más fuerte de lo que consumíamos antes. Era adicta y toqué fondo, muy en el fondo, comí de la basura, me deterioré en lo físico, dormía en la calle y un día me llevó a su casa Vilma cuando tenía otro comedor luego de 9 meses. No se si Vilma se acuerda que pesaba 42 kilos cuando me rescató y eso que ya en ese momento había subido de peso, no me animaba a pesarme. Robé comida, robé para sobrevivir. No era una persona, consumía cocaína. Del paco te internas pero muy poquitos salen de verdad, es difícil después contener al chico para el día después. No hay trabajo, no hay esperanza, no hay nada. En los propios comedores marginan a estos chicos porque, también hay que entenderlo, generan miedo de que te roben o que tengan un ataque de nervios por la abstinencia. Yo salí por la ayuda. Estaba segura que no iba a salir, mi pelo era como el del rey león, estaba llena de granos, los tipos me querían apretar porque el hombre es un animal no les importa que estés sucia”. “Es una generación perdida, dice Karina, no hay fábricas, reactivación, trabajo ni oficios entre estos chicos. No es solo un problema de educación ni cultura, sino de falta de oportunidades. Tengo 34 años y conozco chicos y amigos que no saben lo que es fichar en un trabajo. Se crían con padres que jamás trabajan de una forma habitual”.
Yeny: “En un programa de televisión me preguntaron si la guerra contra la droga se está perdiendo o ganando. Les dije que la ganamos en un 10%. ¿Es mucho? Para nosotros es muchísimo”.
Los relatos se suceden y el consumo demuestra ser más que una mera adicción a algo, algo mortal o no, como se prefiera según la ideología en torno al tema. Pero lo cierto es que en la adicción, las emociones se desbordan. Según los intelectuales como Ehremberg, en las sociedades premodernas las drogas forman parte de las medicinas y de los ritos que permiten establecer relaciones con los dioses, con los muertos o revelar un destino. En la modernidad, en cambio, constituyen experiencias que producen y revelan los estilos de relaciones que el sujeto mantiene consigo mismo y con los otros. Para el adicto consumir es consumirse. Romina está convencida que el paco es la muerte porque pocos salen de su red mortal. Y en caso de que el adicto sea rescatado, la vida, en este lugar del mundo, no le ofrece mucho. Las madres del paco continúan su lucha, se juntan todos los lunes a las 14 horas, esperan un llamado al 4601-6283, quien sabe, quizá cumplan el sueño de instalar una panadería o plantar soja como quiere Yeny y Romina, pero necesitan ayuda. Buscan recuperar el sentido de la felicidad, no por ellas, sino por sus hijos o sus familiares cercanos. Si se pudiese medir la angustia y el dolor, estas madres se sorprenderían de lo que han sufrido en tan solo una vida. Si se midiese la perseverancia y la resistencia a tantas cosas, tendríamos que estar orgullosos de ellas. Algún día serán recordadas, no como las madres del paco, pues ello es sólo una circunstancia, sino por su lucha, por su tenacidad, por “parir mucha más vida de la que se truncó” como canta León Gieco; serán recordadas como “las madres del amor”.
Aún lo recuerdo. Año 2002. Era medianoche, regresábamos en remise del triángulo de Bernal, cerca de una pequeña radio barrial en donde habíamos emitido un programa de “Aburridos Peligrosos”. El remisero comienza a contar su historia: “en realidad estoy preso, me dejan salir de vez en cuando a robar, la propia policía, les doy la guita y una parte te la depositan en una cuenta bancaria para que tengas cuando se cumpla tu sentencia. Yo también hago esto, cuando puedo, porque prefiero evitar lo ilegal; además, está jodida la calle, los pibes están todos mal, se fuman una mierda que no la conoce nadie, se llama paco y los deja re loquitos. Acuérdense, esa porquería va a pudrir todo, ya no hay códigos de nada, te matan por dos pesos, están todos enviciados con esa basura que queda de la coca”.2008. Romina observa como su amigo está encadenado como un perro semi muerto a la pata de una cama. Su padre trata, desesperadamente, que no se vuelva a intentar ahorcar. No aguanta no tener paco hoy. Quiere una dosis más ya.
Luis Gasulla
Tomado de Tribuna de Periodistas
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