Carlos del Frade (APE)
El agua es el origen de la vida.
Esa es una creencia que recorre todas las culturas de este estragado planeta que, curiosamente siendo sus tres cuartas partes líquidas, se llama Tierra.
En esta cápsula espacial que comenzó su recorrido en la textura del espacio tiempo hace millones de años, apareció el movimiento desde una mezcla de fluidos esenciales.
Los habitantes de las distintas regiones construyeron sus indispensables relatos sobre el origen.
Y todos ellos, sin contacto entre si, apuntaron el principio en relación con el agua.
Cada una de las sociedades humanas establecieron en los viajes del mar de la historia una metáfora del permanente renacer de la esperanza.
Ocurre en los grandes textos religiosos que van desde la Biblia al Dzyan de la India hasta las tradiciones americanas y asiáticas.
El agua no solamente es la cuna de la vida si no también su renovada promesa de un futuro mejor.
Fueron las corrientes de los ríos las que marcaban el viaje de las comunidades buscando un sitio distinto y amigable para las generaciones venideras.
Desde el corazón mismo del Amazonas, los guaraníes siguieron los ríos hasta las pampas del sur, bordeando el impetuoso y siempre rebelde Paraná buscando lo que llamaban el aguyje, la tierra sin mal, el lugar donde los sueños de los abuelos se convertirían en realidad para que las nuevas generaciones fueran felices.
El agua es así fuente de vida, memoria latente y espacio de esperanza.
El relato se repite a lo largo y ancho del planeta.
Pero el capitalismo no se ha cansado de depredar la cuna humana.
Es el sepulturero del frágil nido cósmico que tiene la especie.
Dice la prestigiosa revista científica Nature que casi el 80 por ciento de la población mundial no tiene acceso seguro al agua.
La información señala que “la contaminación, la construcción de presas, los vertidos procedentes de la agricultura y la introducción de especies exóticas son algunos de los problemas que afectan a los ríos mundiales”, apunta el documento.
Los datos muestran la dimensión de la destrucción: más de 3.000 millones de personas viven en zonas donde los cursos de agua están altamente amenazados.
Para los responsables de la investigación, “son pocos los ríos del planeta que no han sido dañados por la acción del hombre, y se ubican en zonas remotas de la Amazonía, Siberia, Alaska o Australia”.
A la hora de buscar los responsables, los científicos sostienen que las naciones llamadas desarrolladas no tienen planes serios y responsables para enfrentar estas amenazas contra la humanidad en su conjunto.
Porque no solamente están afectadas las fuentes de agua dulce, si no el futuro mismo de la vida planetaria.
De acuerdo a la información, los redactores del manifiesto “urgen a los países en desarrollo a aprender de los errores e invertir en la conservación fluvial”.
Una súplica que parece un grito en el desierto.
Cuidar el agua, entonces, parece ser una cuestión de sobrevivencia de las mayorías. Serán los pueblos los únicos que podrán revertir la tendencia pero para eso deberán dejar de ser espectadores y convertirse en protagonistas de una historia diferente, donde la vida vuelva a ser una realidad para los que son más y no una condena. Tal cual dicen las viejas historias de aquellos que comprendían el permanente mensaje del agua.
Tomado de Argenpress.info
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