ANIBAL SAMPAYO |
JORGE CAFRUNE |
En una oportunidad lo llamó a Paysandú.
-Urgente, Aníbal, venite lo más pronto que puedas.
-¿Arreglo la camioneta?
Se refería a ponerle suplementos en los elásticos para disimular el peso.
-Así nomás, vos y yo. Tenemos que viajar un poco.
Aníbal preparó la “Indio” y arrancó, muy intrigado. ¿Qué sería tan importante?
Cafrune lo estaba esperando.
-¡Vamos!, -le dijo- ¡hasta Entre Ríos sin escalas!
-¿Dónde?, ¿y que vamos a hacer en Entre Ríos?
Cafrune que ya no aguantaba más, le empezó a contar.
-¡Encontré un Charrúa auténtico Aníbal! ¡Tenemos que ir urgente porque está muy enfermo!
-¿Y me hacés venir por eso? Allá en Paysandú hay como cincuenta que dicen que son charrúas y nadie les da pelota.
-¿Sabés cuantos años tiene Aníbal? ¡Ciento cuarenta y siete!
Aníbal paró la camioneta a un costado de la carretera y lo quedó mirando.
-¡Me estás jodiendo! –pero empezó a sospechar que estaba por ocurrir algo inusitado.
-¡Pero entonces…!
Prestó atención al relato del turco, yendo de asombro en asombro.
¡Estuvo en Salsipuedes Aníbal, cuando Rivera masacró a los Charrúas! Se escapó con su madre que estaba herida, cruzando el Uruguay, La madre murió y él siguió huyendo solo. ¡Tenía nueve años! Cuando no pudo más, se quedó en unos pajonales esperando la muerte. ¡Entregarse... nunca! No sabía que estaba dentro de los límites de una estancia muy grande de la zona. Los peones que andaban recorriendo lo encontraron con los perros que lo confundieron con una fiera. En realidad, ¡era una fiera! Enfrentó a los perros sin armas y lo salvó que los peones se dieron cuenta. ¡Lo tuvieron que enlazar! Después lo llevaron a la estancia. No había comido en varios días. Le hablaban en español, pero el contestaba en charrúa. Nunca quiso hablar en español. Como su nombre era impronunciable, le pusieron FLORO.
Ahí se quedó.
Comía carne asada con fariña y tomaba mate. Nunca aceptó otra cosa. Cuando murió tenía todos los dientes, aunque muy gastados.
Con sus propias manos se hizo un ranchito y ahí vivía, solo.
El dueño de la estancia, nunca lo molestó y le proporcionó todo lo necesario para su subsistencia. En ocasiones salía de cacería y volvía a los días.
El viejo Aníbal puso todas estas cosas en un pequeño librito que yo le pasé a máquina en la celda. Se llamaba “Por el camino de los Tapes”, pero nunca supe que se publicara. Decía que la estancia fue pasando de mano en mano, pero había una cláusula “no escrita” en el contrato que no se podía modificar: el indio Floro pertenecía a ella, y ahí se quedaba.
Después que Aníbal escuchó todo esto, puso la camioneta en marcha y dijo:
-¿Para donde agarramos?
El turco era el guía. Mapa en mano, fueron llegando. Los recibió el dueño de la estancia.
En realidad era quien se había puesto en contacto con Cafrune diciéndole:
¡Venga rápido porque está muy enfermo!
Me contaba Aníbal que cuando iban llegando al ranchito los embargaba una emoción muy intensa. ¡Iban a ver un Charrúa auténtico!
Cuando cruzaron la puerta, el estanciero les hizo seña de silencio. Avanzaron y ahí estaba: sobre un catre de lona, durmiendo. Unas pocas cosas en un rincón que por la poca luz, Aníbal no pudo ver que era. Nada más.
Así vivía un dueño auténtico de esta tierra.
Se fueron despacio...en silencio.
Unos días después murió.
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Cuentan los historiadores que cuando el cacique Sepè salía de las pulperías borracho a causa de los tragos que le pagaban los parroquianos para reírse de él, montaba en cualquier caballo que por ahí estuviera. El dueño le gritaba furioso:
-¡Ese caballo es mío!
El les gritaba señalando en un gesto circular hacia el horizonte:
¡TODO ESTO ES MIO!
¡Si tendría razón!
BERNARDINO GARCIA BISNIETO DEL CACIQUE SEPÉ |
COLABORACION DE RICARDO INFANTE
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