( PARTE IV)
En esas eternas y generalmente estériles discusiones teóricas que se dan entre militantes, salió una vuelta el tema de la conciencia de clase. Compo- níamos un grupo fundacional de una nueva corriente política. Un partido vanguardia indiscutida de la clase obrera. Nos suponíamos trotskistas. Y digo nos suponíamos porque andando el tiempo y leyendo e interpretando a esos revolucionarios que nos han precedido uno se da cuenta que todas esa denominaciones son simples etiquetas que lo único que hacen es confundir, primero a los militantes y luego, lo que es más trágico, a la clase que cada uno dice representar y por la cual la más de las veces ofrece sinceramente su vida. El tiempo y las experiencias vividas, más el hecho de ser autodidacta en esos temas afirmaron ese concepto. Marxismo, trotskismo, leninismo, maoísmo, castrismo, guevarismo y otros que andan por ahí, más los que seguramente vendrán terminan siendo dogmas o sistemas de pensamiento cerrados que incluso entran en contradicción con la idea fundamental que es ni más ni menos el materialismo dialéctico. He encontrado en mi camino a muchos de estos istas que no tenían ni idea de que existía el materialismo dialéctico y que actuaban en consecuencia. Seguro que si esta pléyade de revolucionarios que dió origen a estos dogmas revivieran y vieran lo que han hecho con sus dichos y hechos volverían a morirse de angustia al ver en que los han convertido sus “seguidores”. Leí por ahí una entrevista que le hicieron a Marx, donde el entrevistador le preguntó si él era marxista. La respuesta fue rotunda: no. Y explicó Marx que sus ideas no eran más que grandes líneas para la acción. Una especie de marco regulatorio que marcaba en cada caso y para cada realidad las acciones a llevar a cabo. La teoría es sin duda importante. Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario, sentenció Lenin. De modo que ambas tienen que interactuar en una relación dialéctica. La teoría debe llevarnos a la acción y esa acción nos devolverá una nueva teoría pues la acción nos mete de lleno en la realidad y es la interpretación de esa realidad y el resultado de la acción la que nos dice hasta donde la teoría es acertada y que es lo que hay que modificar llegado el caso. Del mismo modo podemos inferir que el movimiento revolucionario sin una teoría que lo mueva, convierte a ésta en letra muerta, y al movimiento en un fracaso seguro. De ahí al dogma no hay más que un pequeño paso. Y la historia pasada y presente nos brinda abundantes elementos de prueba de ese razonamiento.
Volviendo al tema que discutíamos en ese momento con los compañeros, una compañera que manejaba mucho elemento teórico salió con el sonsonete de la clase en si y la clase para sí. Argumento que daba pie para la famosa idea de la vanguardia, (los clase para sí), que debieran liderar a los que aún sabiendo que pertenecían a la clase no eran todavía capaces de asumirlo,(los clase en sí). Discusión bizantina y diletante que todavía anda por ahí dando vueltas y generando un gasto de energía digno de mejores causas. Como por ejemplo hacer la revolución, o por lo menos señalar un camino y aunque más no sea dar un pasito por el trillo marcado.
De mi experiencia pasada y viéndola ahora retrospectivamente he deducido que, hasta que me fui del país y perdí contacto con su realidad, la clase obrera uruguaya podría ser ubicada en una categoría que yo llamo identidad de clase. Los obreros, los proletarios nos identificábamos con la lucha de los otros obreros. Si un sindicato largaba un paro, este se cumplía a rajatabla. Después si acaso se discutía si era acertado o no. Estaba claro la divisoria de aguas que existía entre obreros y patrones. El carnero era un ser despreciable y no muchos se animaban a llevar por el resto de sus días el estigma social que eso significaba. Y aquí la anécdota. Eran los tiempos del gobierno de Gestido creo, y ya se estaba cocinando el estofado que terminaría en el golpe de estado. En ese momento los bancarios entramos en un largo y pesado conflicto. Primero fue la banca oficial que los privados apoyamos de diversas formas. Paros sorpresivos, que dado que nos eran descontados del sueldo pesaban en nuestra economía, y cuando no conseguimos resultados, en forma inteligente decidimos trabajar “ a reglamento”. Y eso si les dolíó. Porque una de las consecuencias fue que al trabarse el clearing de cheques se rompió la cadena de pagos en todo el país con el consiguiente despelote que se armó en la industria y el comercio, y ahí sí salto la burguesía en su conjunto. Contra nosotros legalmente el gobierno, (la burguesía), no podía hacer mucha cosa. Y todavía se cuidaban algunas formas legales. Para los compañeros de la banca oficial la cosa era más jodida. Era por ley militares y llegado el caso se les aplicó la ley militar. Así lo hicieron. Fueron a parar a los cuarteles desde donde los llevaban al laburo y los traían de vuelta en trasportes militares. De ese periodo hay miles de anécdotas como la que pasó en un banco donde un milico de ejército oficiaba de custodia y no tuvo mejor idea que pararse debajo de un tubo de ventilación: y un día a un compañero se le ocurrió tirarle toda una botella de tinta azul para sellos por el tubo con lo cual trasfirió al milico de ejército sin ningún trámite burocrático en milico perteneciente a la marina de guerra. De todas formas y solapadamente también actuaron contra los privados. Sobretodo con los delegados que estaban reconocidos y quedaban por eso a la intemperie. Detenciones y torturas sufrieron muchos de ellos. Ya se afilaban las uñas los que te dije para los tiempos que vendrían. Sé del caso de un delegado del banco italiano, (que después se lo llevó la crisis bancaria), que murió en el departamento de bomberos a causa de los sablazos recibidos en los testículos. Y visto y considerando que no se vislumbraban soluciones AEBU, nuestros sindicato, salió a jugarse la de máxima. Paro general por tiempo indeterminado. Se entró así en combate abierto. Visto las experiencias represivas los delegados conocidos fueron compelidos a vivir a monte mientras durase la tormenta y para no romper las comunicaciones con quienes tenían poder de decisión, se creó una red de “delegados fantasmas”. Es decir, compañeros que por no estar registrados tenían más libertad de movimientos y eran los encargados de llevar mensajes de los directivos a los delegados con lugares y horarios de reuniones y toda clase de dato que hiciera al conflicto en sí.
En mi agencia teníamos a uno de esos delegados, y cuando se planteó quien sería el delegado fantasma no dudé, ( a pesar de que en ese momento era un “clase en sí”), en ofrecerme para la tarea. Ni por asomo tenía idea conciente de que estaba formando parte de uno de los bandos que conformaban la lucha de clases. Y a pesar de que era conciente de los riesgos que corría no dudé ni un momento en tomar la decisión. Creo que así funciona la identidad de clase.
Me incorporé de paso a la lucha armada. Ya había dejado atrás mi pasado militar y tenía claro dos cosas. Como actuaban los milicos, (ellos mismos me lo habían enseñado), y que hacer con un fierro en la mano. Fui el mejor promedio de tiro de mi clase. Nadie me dio línea pero no estaba dispuesto a ir en cana y de caer, seguro a alguno me iba a llevar conmigo. Mi suegro me había regalado un 38 largo Smith y Wesson que había sido su arma en la guerra civil de 1904 y todavía andaba al pelo. Lo volví al combate y mientras duró el conflicto no me despegaba de él. Me sirvió otras veces y me lo terminaron afanando en un conventillo en Buenos Aires. Tuve dos o tres misiones de contacto durante el conflicto. La última fue la más jodida. Tenía que comunicar día, hora y lugar de una reunión al delegado. Este, veterano ya, había ido a su casa, con todos los riesgos que implicaba, a dormir un poco, pegarse un baño y cambiarse de ropa. Y hacia allá fui. Quedaba por el Prado. Casitas clase media, calle bastante arbolada, que ofrecían alguna privacidad y refugio en caso de ser necesario. Dí un par de vueltas como tonteando para ver como estaba la cosa y no llevarme alguna desagradable sorpresa. En una de las esquinas, dos monos inconfundibles. Con una mano en la cintura, apretando el fierro, golpée con la otra el portón de chapa. Salió la esposa, le dejé el mensaje y me fui despacito hasta la esquina opuesta donde estaban los monos. Ni bien pegué la vuelta a la esquina los talones me daban en el culo del raje que pegué. Soldado que dispara sirve para otra guerra decía mi abuela. Doy fe. Leyendo tiempo después el relato de la primera acción guerrillera del Che en Sierra Maestra, no pude menos que recordar mi “epopeya” de ese día en el Prado. Contaba el Che que fueron a tomar un puesto de soldados batistianos. El puesto no era más que un rancho perdido en la sierra. Se acercaron con el mayor sigilo posible, pero antes de llegar los soldados se dieron cuenta y sonaron algunos tiros. Agarrados en campo abierto el Che y sus compañeros hicieron lo más aconsejable. Pegaron media vuelta y salieron de raje hasta llegar a la espesura. Pudieron al fin reducir a los pocos soldados. Tiempo después el Che relataba la anécdota y con su sorna habitual decía. Si supieran que el Comandante Che Guevara enfrentó los primeros disparos de la lucha revolucionaria mostrando el culo…
Con lo cual lo mío no resultó tan desdoroso al fin y al cabo.
Desdoroso fue el final del conflicto. El Secretario de AEBU, terminó claudicando con el gobierno, (la burguesía), siguiendo la bajada de línea del partido al cual pertenecía partidario de la conciliación de clases. Y nos dejó a los laburantes, (sin diferencias entres los “clase en sí” y los “clases para sí”) , como Tarzán: a los gritos y en pelotas. Fui aprendiendo así el rol de los sindicatos cuando no son clasistas y responden a una corriente política que los usa como peones de ajedrez en ese juego macabro que han dado en llamar “la política”. Hasta que me tocó ser delegado y tratar de salir de ese molde casi me cuesta el cuero. Pero eso es otra historia.
CHE CACHO
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