(PARTE II)
Mi humilde vida se puede dividir en dos grandes capítulos donde la bisagra es la toma de conciencia de clase. Hay un antes y un después, aunque el hilo conductor que une a esas dos partes sea el deseo, la vocación oculta, aún en el momento en que no me daba cuenta, de cambiar al mundo que me rodeaba. Lo intenté de varias formas, de las cuales se destacan por su duración, fundamentos y esfuerzos desplegados principalmente dos: 1) a través de la iglesia y la prédica del evangelio y, 2) la acción política propiamente dicha con todos sus aditamentos, sus pros y sus contras. Aparentemente muy disímiles métodos, pero de cada cosa que hice fui rescatando experiencias que me han ido moldeando para una vez asumido mi rol en el mundo llevar adelante la tarea sin atarme a preconceptos y donde aprendí a usar mi cabeza para, equivocado o no, forjar una línea de acción exclusivamente mía. A veces coincide con alguna organización ya estructurada, muchas veces no. Eso me mantiene en estado de coherencia, sólo posible por mi condición de autodidacta, y pensar libremente. Cosa cada vez más rara incluso entre los que se dicen revolucionarios y así lo sienten de buena fe. Para quienes pretenden, siguiendo la odiosa costumbre, etiquetarme y por lo tanto ponerme límites, soy un quebradero de cabeza pues no encajo en ninguna organización de las conocidas y eso pone nervioso a más de uno que no sabe andar por la vida sin anteojeras partidarias. La clase dominante, que sabe más por vieja que por diabla, usa esa circunstancia para mantenernos convenientemente desunidos. Única forma de asegurarse la dominación. Todos los explotados sabemos, porque nos duele en carne propia, los perjuicios que nos causa la explotación. Pero si conseguimos sentarnos alrededor de una mesa a discutir como nos sacudimos el yugo, aparecen cien formas distintas de hacerlo y no nos ponemos ni por joda de acuerdo en el como hacerlo y todo termina en una trifulca mayúscula de donde salen cien soluciones que cada uno intentará poner en práctica por su lado convencido de que su forma es la única, con lo que tiene de antemano un fracaso asegurado. Esta ha sido mi experiencia en los últimos cuarenta años y por lo que veo se sigue en ese camino. Con que la burguesía, si no cae por el propio descalabro que lleva implícito su sistema tiene asegurada una larga vida todavía. El pueblo, sin que nadie sea capaz de mostrarle el camino y su lugar en la lucha de clases, seguirá adormecido y se irá tras las zanahorias delante del burro que le ofrece una clase que cuenta con la coherencia que le ha dado los muchos años de historia y sus resultados favorables. Y se dará el lujo inclusive de ayudar a crear nuevas vanguardias indiscutibles de la clase obrera, verdaderas izquierdas, más izquierdas que las otras izquierdas que están a la izquierda de otras tantas izquierdas. Hasta podrá darse el lujo, (ya lo está haciendo a plena luz del día), de prestarles por un rato el gobierno a algunas de esas izquierdas para mantener, sin el desgaste que producen los hechos, el control de la sociedad y seguir extrayendo ganancias, que es su fin supremo en la historia.
Fin del prólogo. Su finalidad primordial ha sido tratar de darle a quien llegue a tener la paciencia de leer estas líneas, más o menos quien soy y que caminos he trillado y sigo trillando. No es la pretensión escribir una biografía. Para eso se necesita saber hacerlo y eso implica saber describir con algún orden hechos y vivencias que guarden un orden al menos cronológico y dicha forma de orden no es una de mis virtudes. Mi idea es ir volcando hechos, experiencias vividas a medida de que las vaya recordando y la idea subyacente es tratar de sembrar alguna conciencia. Conocí cierta vez a un compañero anarquista, el viejo Félix, (de los que andaban con la bomba debajo del brazo, como le gustaba decir), que me dejó una máxima que he tratado de cumplir desde entonces. Decía el viejo Félix: si toda tu vida ha servido para que una sola persona adquiera conciencia, tu vida habrá valido la pena de haber sido vivida.
No hablaba de “fabricar” nuevos partidos de izquierda, ni vanguardias esclarecidas, ni ninguna de esas boludeces clásicas sin las cuales parece que resultara imposible siquiera pensar en algún cambio por pequeño que sea. Ni que hablar de la Revolución. Sólo hablaba de una persona. Una unidad, imprescindible para formar un todo. No recuerdo que multimillonario de los que manejan el mundo dijo, en sintonía con la esencia del pensamiento de Félix: “el millón empieza por el centavo”. Nosotros seguimos pensando en el millón que nunca tendremos porque despreciamos por su insignificancia al centavo. Seguimos pensando el EL PUEBLO y despreciamos al vecino, al que va sentado con nosotros en el ómnibus, al compañero de trabajo con el cual pasamos más tiempo seguramente que con nuestra familia.
Y ya que estamos sigamos con las anécdotas que irán surgiendo así: en el desorden prometido y casi inevitable.
Cierta vez fui “elegido”, quizás por mi capacidad, quizás por que no había mucho de donde elegir, secretario general de un movimiento político que en realidad era la fachada legal de otra organización que seguía en la clandestinidad a pesar del proceso de apertura “democrática” vigente en Argentina, en atención a su pasado “subversivo”. La zona que componía la jurisdicción de mi “secretariado general”, había sido quizás la más combativa de la organización que permanecía todavía en una clandestinidad legalmente hablando. Por cuestiones de mi cargo mantenía relaciones con otras fuerzas, (de izquierda por supuesto) con las cuales me reunía regularmente para discutir como y de que manera nos insertaríamos en los nuevos tiempos “democráticos” y que métodos serían los más viables y redituables para esa tarea. Cada uno tenía la posta, y la única viable, que incluso fundamentaban teóricamente aunque hubiera que torcer un poco la teoría a veces para que coincidiera con el planteo. Resulta obvio que, más allá de las relaciones personales con estos compañeros, todos buenos tipos, las discusiones eran tan bizantinas como estériles a pesar de lo prolongadas. El gran tema era de que manera podríamos marcar presencia en el barrio primero y en toda la zona geográfica, que era bastante extensa, después. Téngase en cuenta que veníamos saliendo de un período de represión salvaje e indiscriminada, donde todo lo que oliera a izquierda, la gente común lo asociaba, (todavía lo hace en general), con tiros, bombas, desapariciones y muerte. Y los militares habían hecho una impecable tarea en eso de meter miedo con lo que nos encontrábamos generalmente con una barrera infranqueable cuando de acercarnos al pueblo para ofrecer nuestra propuesta se trataba. Que encima eran todas distintas lo cual confundían aún más a los ya descreídos integrantes del pueblo. La teoría de los dos demonios, todavía vigente, en aquel tiempo era casi ley indiscutible y nosotros éramos representantes de uno de los demonios, generalmente reputado como el más malo por la propaganda oficial.
Las propuestas giraban generalmente alrededor de eventos partidarios como charlas, charlas-debates, asambleas donde se convocaba a los vecinos mediante los tradicionales medios de propaganda, (megáfonos, volantes, etc.), y donde las demás fuerzas comprometíamos nuestra solidaridad y mejores esfuerzos. Normalmente estos eventos terminaban siendo reuniones donde solo participábamos los militantes y que se convertían en prolongaciones de las reuniones de coordinación donde terminábamos como siempre como el perro que da vueltas y vueltas tratando de morderse la cola.
En una de esas reuniones donde se practicaba el alpedismo revolucionario como método científico, y la masturbación teórica como práctica indiscutible, se me ocurrió plantear seriamente como método el reunirnos en grupos de dos o tres compañeros y visitar casa por casa como medio de intentar una relación directa y personalizada con el vecino. ¡Para que! El método era el que utilizaban evangelistas y Testigos de Jehová, enemigos acérrimos de la Revolución mantenidos por la CIA. Hasta los más amigos me miraron como si fuera un infiltrado de alguno de esos organismos contrarrevolucionarios. Me quedé más solo que Pinochet en el día de amigo. De nada sirvió la fría estadística. Con ese método básico los Testigos de Jehová se mandaron un acto y llenaron la cancha de River. Decenas de miles de personas y no todos miembros de la supuesta iglesia. Con nuestros métodos no juntábamos una docena ni con la esperanza de un choripán y un vaso de vino de regalo.
Fue el principio del fin. De la coordinadora y de mi secretariado general. Tiempo después, no mucho tiempo después, se convoca a una reunión urgente donde hacen acto de presencia los capitostes de la orga clandestina y se me acusa de “no conocer ni interpretar la línea del partido”. Para ser honesto, tenían razón. Si me la hubieran dado a conocer y me hubieran dicho su interpretación ni en pedo hubiera aceptado el cargo que me ofrecieron, aunque era conciente que solo era una pantalla. No hubiera transado en ser cooptados por la burguesía aunque para la tribuna siguen siendo la vanguardia revolucionaria de la clase obrera usando como referencia su pasado guerrillero.
De modo que no les hice perder el tiempo en desarrollar el juicio político que traían preparado en mi contra. Hice renuncia formal a los cargos tanto al legal como al de la pertenencia a la orga “clandestina”. Como me habían dado el local partidario para vivir, cacé una bolsas donde metí los pocos cacharros que tenía y me volví a la casa tomada de donde había salido para cumplir esa tarea revolucionaria. Y esa es otra historia.
Hace un tiempo nos cruzamos en la web. Bastaron dos o tres correos para darme cuenta que no han cambiado nada. Supongo que ya no cambiarán. Su religión, (en eso han trasformado su ideología), no se los permitirá jamás. Su dogma sigue siendo la espera de un mesías llamado revolución. Que esperarán con la misma unción con que esperan los evangelistas y Testigos de Jehová al suyo y que los horrorizara cuando les lancé mi propuesta.
CHE CACHO
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